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Spyker es una marca holandesa fundada en 1880 la cual se dedicaba a la producción de autos y aviones. En 1926 esta empresa quebró, pero en 1999 se compraron los derechos legales del nombre de la marca, aunque se dedicaría sólo a los autos. El más famoso de estos autos es el C8 del 2000.
El motor procede de Audi, un V8 4.2 lt que produce 400 BHP. Acelera de 0 a 100 km/h en 4.4 segundos y la velocidad máxima es de 300 km/h.
La carrocería busca, principalmente, lucir genial. Las dos prioridades fueron la belleza y la funcionalidad (como en todo superdeportivo), pero se le dio mayor relevancia a la primera (cuidado, no estoy diciendo que la aerodinamia sea mala, ni que el atractivo maten al desempeño). Todos los detalles de este auto están puestos para que el Spyker resalte entre la masa. Definitivamente, cuando veas uno de éstos en la calle (si tienes suficiente suerte) tu cabeza se va a mover al compás de su andar. Todas las piezas cromadas, las tomas de aire por todas partes y la gran trompa de pez buscan, únicamente, dejarte boquiabierto. Ciertas versiones del C8, como el Double 12 de la foto, traen los remaches a la vista, lo que es un agradable detalle así como también, un reflejo del pasado aeronáutico de la marca holandesa.
El interior tiene una clara inspiración vintage; presenta dos materiales: cuero y metal cromado. Los relojes están realizados con el simple objetivo de parecer antiguos; el volante es un circulo de cuero con una cruz de metal, y en el centro, el dibujo de una corneta para marcar dónde está la bocina. Se puede ver cómo la palanca de cambios mueve un fierro (el cual se dirige a la transmisión detrás de los asientos), ya que éste mecanismo esta a simple vista. Todos estos detalles, le brindan al interior del C8 una sensación de antigüedad. Pero no aquella antigüedad oxidada y cubierta de polvo, como un calentador de agua viejo, sino una digna de un viejo tocadiscos: sigue siendo algo viejo, pero aún así es sumamente elegante.
El Spyker C8 no es un mal superdeportivo, pero de alguna manera uno siente que ese no es su propósito. Al ver el interior y el exterior, uno se da cuenta que el auto, aunque pueda, no quiere ir rápido y de costado, como si su conductor se estuviera prendiendo fuego. Quiere ir a una velocidad madura, robando todas las miradas que pueda. Deja de ser sólo un gran auto para convertirse, también, en un grito de la moda, de la elegancia.
La carrocería busca, principalmente, lucir genial. Las dos prioridades fueron la belleza y la funcionalidad (como en todo superdeportivo), pero se le dio mayor relevancia a la primera (cuidado, no estoy diciendo que la aerodinamia sea mala, ni que el atractivo maten al desempeño). Todos los detalles de este auto están puestos para que el Spyker resalte entre la masa. Definitivamente, cuando veas uno de éstos en la calle (si tienes suficiente suerte) tu cabeza se va a mover al compás de su andar. Todas las piezas cromadas, las tomas de aire por todas partes y la gran trompa de pez buscan, únicamente, dejarte boquiabierto. Ciertas versiones del C8, como el Double 12 de la foto, traen los remaches a la vista, lo que es un agradable detalle así como también, un reflejo del pasado aeronáutico de la marca holandesa.
El interior tiene una clara inspiración vintage; presenta dos materiales: cuero y metal cromado. Los relojes están realizados con el simple objetivo de parecer antiguos; el volante es un circulo de cuero con una cruz de metal, y en el centro, el dibujo de una corneta para marcar dónde está la bocina. Se puede ver cómo la palanca de cambios mueve un fierro (el cual se dirige a la transmisión detrás de los asientos), ya que éste mecanismo esta a simple vista. Todos estos detalles, le brindan al interior del C8 una sensación de antigüedad. Pero no aquella antigüedad oxidada y cubierta de polvo, como un calentador de agua viejo, sino una digna de un viejo tocadiscos: sigue siendo algo viejo, pero aún así es sumamente elegante.
El Spyker C8 no es un mal superdeportivo, pero de alguna manera uno siente que ese no es su propósito. Al ver el interior y el exterior, uno se da cuenta que el auto, aunque pueda, no quiere ir rápido y de costado, como si su conductor se estuviera prendiendo fuego. Quiere ir a una velocidad madura, robando todas las miradas que pueda. Deja de ser sólo un gran auto para convertirse, también, en un grito de la moda, de la elegancia.
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